Autora: Margarita Cedeño
Las situaciones, retos y calamidades que enfrenta una mujer, solo las entienden las mujeres en su justa dimensión. Las consecuencias de vivir en un mundo donde se privilegie la mirada masculina y se obvien los criterios femeninos, desbordan la capacidad de respuesta de la sociedad y, en el peor de los casos, llegan a ser mortales.
La economía siempre ha analizado el mundo desde una perspectiva masculina; los científicos han creado la mayor parte de sus invenciones basados en datos e investigaciones con una mirada masculina, las leyes están repletas de una ignorancia rancia hacia las necesidades y retos del género femenino.
La economía siempre ha analizado el mundo desde una perspectiva masculina; los científicos han creado la mayor parte de sus invenciones basados en datos e investigaciones con una mirada masculina, las leyes están repletas de una ignorancia rancia hacia las necesidades y retos del género femenino.
Es la brecha nuestra de cada día. La encontramos en el supermercado, en los artículos de higiene femenina que están gravados con impuestos, también en la economía de cuidados, el trabajo no remunerado que realiza la mujer, en el periódico con titulares que justifican un feminicidio, en la falta de normativas sobre paternidad responsable, en la mujer que recibe una menor paga que el hombre, aún cuando realizan el mismo trabajo. En fin, la brecha de género nos arropa todos los días, a veces imperceptible, pero la mayor parte de las veces, oculta a simple vista.
Cada 8 de marzo es una oportunidad para recordar que existe un muro invisible que divide a la mujer de los hombres, que aún nos impide alcanzar muchas de nuestras metas y que condena a millones de mujeres cada año, a la violencia en todas sus formas.
Los discursos parecen repetirse año tras año. Para algunos ya llega a sentirse necio. Pero las mujeres, que somos las víctimas de la desigualdad, no podemos desaprovechar los escenarios que estén a nuestra disposición, los oídos que nos presten atención, para insistir sobre el tema una y otra vez, hasta que no haya necesidad de celebrar un 8 de marzo más.
El sesgo hacia las mujeres está instalado en nuestro cerebro como un chip que nos obliga siempre a pensar en masculino, a pesar de que todas las investigaciones demuestran el dinamismo y la capacidad transformadora de la mujer.
Hace 25 años se dieron cita en Beijing todo el liderazgo femenino a nivel mundial para convertir las voces de la sociedad civil y de los organismos internacionales, en verdaderos programas de gobierno y compromisos mundiales que nos permitieran avanzar en la agenda por la igualdad de género. Desde entonces, es mucho lo que se ha avanzado, pero el trecho que nos queda aún es muy largo.
De todos los retos que enfrentamos, hay uno en particular que causa la mayor preocupación, y es la falta de sororidad entre muchas mujeres. Cuidarnos y protegernos entre nosotros es base fundamental para hacer realidad todo lo que nos falta por obtener.
La única forma de avanzar es reconocernos como hermanas en una misma batalla, es sentirnos reflejadas en las batallas diarias de cada una, en las brechas que día a día nos corresponde enfrentar, algunas más, algunas menos, pero todas las mujeres emprenden una lucha contra los estereotipos que no nos dejan ser felices. La lucha por nuestros derechos no es simple ambición contemporánea, es clave sustancial de una sociedad más próspera y con mayor igualdad social.
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